El Nuevo Diccionario Histórico del Español será sin duda una herramienta maravillosa para los profundamente interesados en las palabras y sus orígenes. Hasta el momento, no existe para el español (sí, para otros idiomas) una herramienta tal, y mucho menos al alcance de todos. De modo que es especialmente emocionante que el primer NDHE que vea la luz vaya a hacerlo de manera digital en Internet.

Soy un intenso defensor de los libros de carne y hueso pero cuando de esta clase de materiales vitales se trata, la democratización de la información que ofrece el medio digital por Internet es lo más cercano que el ser humano ha llegado a una verdadera torre de Babel.

Mar Campos, la coordinadora del NDHE, parece muy entusiasmada por los prospectos de esta nueva herramienta y, claro, no es para menos. Estoy de acuerdo con ella cuando dice que una herramienta tal es “imprescindible para conocer no solo la lengua del pasado, sino la del presente”, y añadiría yo que es imprescindible para comprender que el lenguaje es cosa viva y en constante evolución y acabar con el miedo que muchos le tienen y que resulta en un general desinterés por aprender a usarlo bien. Con una herramienta como el NDHE, tal vez antes de dogmatizar sobre él, intentar constreñirlo, controlarlo e imaginarlo exclusivo, se logre recordar que, además de inmensamente hermoso, el lenguaje es nuestro gran don de comunicación.

En el pasado ha habido ya dos intentos de construir un diccionario histórico. Entre 1933 y 1936 la Real Academia Española publicó un tratado de las palabras comprendidas entre la a y la combinación ce. Luego, entre 1960 y 1996 se publicaron los fascículos que iban desde la a hasta la palabra bajoca. A partir del 2013 se encuentra disponible en Internet una muestra de lo que es ciertamente una labor en curso y en sus primerísimas etapas pero que ya revela el cuidado y la profundidad que son de esperarse para que un NDHE sea lo que la lengua española merece.

Con el poco interés que la sociedad por lo regular le da a la lengua hoy, cualquier labor de esta índole, pesada y lenta, naturalmente, si se quiere hacer bien, lo es aún más, pues el dinero no suele estar del lado de tales iniciativas. Esperemos, sin embargo, tener tan hermosa herramienta a nuestra disposición más temprano que tarde. Por lo pronto, y hasta que el NDHE esté abierto al público para corroborar o desmentir lo que sigue, aquí les dejo un pequeño puñado de resultados de mi propia y ampliamente ignorante búsqueda en la historia del Español.

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La idea detrás de este texto vino luego de una discusión respecto del origen de la palabra testimonio. No sin razones, la teoría expuesta era que esta deriva de testículo, pues en la época romana se usaba tocarse los testículos al momento de jurar y, entonces, el dar un testimonio era, en efecto, tocarse los testículos mientras se aseguraba la veracidad de eso que se decía. Pero a mí me parece esto improbable—aunque inmensamente divertido como tema de conversación en un cóctel.

Testimonio nos llega del latín testimonĭum y testículo, de testicŭlus. El significado de la raíz compartida testis difiere en un caso y en otro. Cicerón escribió al respecto en su Epistulae Ad Familiares: “‘testes’ verbum honestissimum in iudicio, alio loco non nimis” (‘testes’ es palabra de buena reputación en un juicio; no tanto en otro lugar), pues testes, el plural de testis significaba ya testigos en un caso y testículos en otro. De modo que incluso en los cócteles romanos se jugaba con esta ambigüedad oculta dentro de ambas palabras.

A esta altura surge la pregunta más evidente. ¿No es igualmente posible que fuera inversa la influencia? Testicŭlus es diminutivo de testis. De modo que los testículos bien podrían ser los “pequeños testigos”. Evidentemente, esta explicación tiene también sentido. En un principio, fue esta mi reacción; mi hipótesis en aquel cóctel fue que la influencia era inversa.

Poniendo a prueba esta segunda posibilidad llegamos a la etimología de testis por un lado, y testis por elotro, y vemos que, a pesar de los paralelos aparentes, cada palabra bien podría tener un origen independiente y, por tanto, no existiría relación alguna sino en la superficie. En el segundo caso, testis vendría de testu o vaso y ahí, aparentemente, acaba o, en todo caso, se nos enfría la pista. Mientras tanto, el viaje que parte en testimonio nos lleva mucho más lejos. Su testis pasa por teste y enlaza testimonĭum con testamentum; en el osco, otra lengua itálica, la palabra tristamentud es el equivalente a la latina testamentum. Aquí veríamos más claramente el vestigio del protoindoeuropeo, la lengua madre de todas las indoeuropeas (el osco, el latín, el griego, etc., y, finalmente, el español), en lo que sería un desarrollo de la construcción PIE de trei- y stā-: tres y parar(se), es decir, “pararse como tercero”.

De modo que aunque sea muy seductor decir en un cóctel que los Testamentos, el Antiguo y el Nuevo, provendrían, inicialmente, del acto de pellizcarse un testículo, debo preferir la explicación que nos lleva hasta el PIE, menos anecdótica pero más excitante.

Si de tener materia de conversación que nos refiera de vuelta al testículo se trata (esta vez cortesía de griegos y no romanos), en un cóctel se le puede preguntar a la gente si sabe de dónde proviene la palabra orquídea.

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La palabra trabajo es una de las más utilizadas en el español. Tuve el presentimiento de que de algún tiempo para acá, seguramente entre los siglos 19 y 20, esta palabra habría acaparado la atención de la humanidad y que incluso se habría vuelto más popular que aquella otra palabra que supuse habría sido hasta entonces la más popular: Dios.

Otra herramienta muy instructiva en Internet y que felizmente ya está andando viento en popa, Google Books NgramViewer revela la popularidad de un conjunto definido de letras (una palabra, por ejemplo) en la suma de libros que Google ha logrado hasta el momento digitalizar y que abarca publicaciones desde el año 1.500. Ejecutando una búsqueda rápida con una serie de términos que juzgué de gran importancia para la humanidad (dinero, felicidad, amor, guerra, persona, enfermedad, etc.) y, desde luego, trabajo y Dios, corroboré ambos, el presentimiento y la suposición. Aproximadamente en 1896 la palabra trabajo realiza el milagro de sobrepasar a Dios en popularidad y, mientras esta baja bastante más y se estanca, aquella continúa un crecimiento sostenido hasta hoy. Comprensiblemente, entonces guerra había alcanzado los niveles de popularidad de Dios (incluso en ello podríamos explicarnos la tendencia en declive de una en función de lo que implica la popularidad de la otra), pero en 1903 trabajo la sobrepasa también. Y salvo por el período entre 1914 y 1920, en el que guerra comprensiblemente supera con un pequeño pico a trabajo, esta se mantiene en un crecimiento ininterrumpido que la aparta inalcanzablemente del resto.

La mayoría de los seres humanos, sin importar su lengua, utilizarán la palabra trabajo para hacer referencia a las actividades que ocupan sus días y que, a duras penas o con gran holgura, les aseguran la supervivencia; el resto, para congratularse de no necesitar usarla sino tangencialmente y en referencia a la vida de otros o a cómo ella no aplica a la suya. De esta mayoría trabajadora, la gran mayoría, a su vez, formula su propia definición de la palabra trabajo. Lo interesante es que esta definición, connotativa e individual, no cae muy lejos de las que nos ofrece el DRAE. Pregunten al hombre y a la mujer de a pie con qué frecuencia encuentra que trabajo significa “dificultad, impedimento o perjuicio”; con qué frecuencia, “penalidad, molestia, tormento o suceso infeliz” (y hasta 1925 también “prisión o galeras”); “estrechez, miseria y pobreza o necesidad con que se pasa la vida”.

Otros ciudadanos de a pie, hace muchísimo tiempo, tuvieron la misma visión del trabajo y nos legaron lo que para ellos este representaba. Yo he corroborado hace mucho el posible origen de este término investigando y me encantaría conocer qué encuentran los del NDHE, que del tema sabrán mucho más que yo, cuando finalmente lo tengan completo—o al menos hayan llegado a la combinación tra de este nuevo intento por hacerlo.

En teoría, la palabra trabajo viene del latín tripalium. El tripalium era un instrumento de tortura conformado por tres palos, uno vertical y dos en aspa; el cuerpo del torturado era atado al aspa y se procedía a torturalo de las maneras más creativas con el fin deseado.

Aunque existen diversas fuentes que apuntan a esta teoría, no es seguro que sea acertada. Como con todo, la verdad es más un campo de juegos. Y aunque mucha gente concederá que el trabajo es, en esencia, un suplicio, no necesariamente estarán de acuerdo con que el término venga literalmente del instrumento de tortura. Sin embargo, hay que aceptar que, provenga o no de él, la intención clara detrás de gran parte de sus acepciones es la de asegurar que el trabajo en sí es, en efecto, un instrumento de tortura.

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Detesto ser quisquilloso o pedante, aunque seguramente lo soy, y mucho, pero he aquí el adjetivo bizarro, -a, que seguramente queremos creer nos viene del francés bizarre o por medio del préstamo inglés de este mismo bizarre, o directamente del origen italiano bizzarro, en cualquier caso cargando su significado, el más reciente, el de caprichoso, extravagante, fantástico, etc. Este es un ejemplo contemporáneo de la evolución de un significado por uso popular. Y, sin embargo, si consultamos el DRAE veremos que la RAE solo acepta dos acepciones posibles: “valiente” y “generoso, lucido, espléndido”. Es más, la RAE nos amonesta de la siguiente manera: “Debe evitarse su empleo con el sentido de ‘raro o extravagante’, calco semántico censurable del francés o del inglés bizarre […] Tampoco debe emplearse bizarría con el sentido de ‘rareza o extravagancia’”.

Debo confesar que hubo un tiempo en que empleé el adjetivo bizarro de manera censurable y meritoria de una severa reprimenda de la RAE. Como también debo confesar que por un momento me creí la seriedad de esta amonestación y descontinué el mal empleo.

Es evidente que aquí la RAE habla de chanza. Nos aclara que esta palabra, bizarro, viene de una palabra italiana que quiere decir “iracundo” y luego nos quiere hacer creer que en español significa cualquier cosa menos “iracundo” pero que, de ninguna manera, podrá significar “raro o extravagante”. ¡Pues, si es evidente que esta es una palabra comodín! ¡Puede significar lo que uno quiera que signifique!

Retomemos la seriedad por un momento. La RAE censura el calco semántico toda vez que este provenga del francés o del inglés pero se olvida que el italiano que nos parió la palabra, según confesión de la mismísima RAE, también carga con la misma definición que el francés y el inglés y que hace mucho ha abandonado también la definición que el español mantiene celosamente para sí como la única aceptable. Si investigamos la etimología de bizzarro en el italiano nos dicen que “parece que el primer significado fue el que aún permanece en el español y el portugués (bizarro) de animoso, audaz, generoso, liberal (de ahí, probablemente, el nombre propio de Pizarro) […] Aquello, sin embargo, no armoniza con […] el significado hoy prevalente de caprichoso, extravagante, fantástico, extraño”.

Lo que en última instancia nos demuestra lo reacio que es el español a cambiar incluso cuando el mundo y las palabras vivas fuera del diccionario andan cambiando y evolucionando a su alrededor—Bueno, no es el español el reacio, sino aquel tribunal de señores añosos que conforma la RAE como un cancerbero de cabezas de carrillos colgantes y que nos prohíben hacer como los franceses y decir bizarro cuando algo es raro y escribir cruasán de una manera menos cruel a los ojos.

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Cualquier lista del origen considerable de las palabras podría extenderse de manera ilimitada. Como supongo que no muchos encuentran tal placer como yo en esta clase de cosas, no quisiera extender mi suerte más allá de lo que me permite un ensayo de talla promedio—la cual, me temo, he trasgredido ya con muy poca vergüenza, dándole placer a nadie más que a mí mismo al contar estas cosas. De modo que revisemos un caso más, ¿les parece?, y luego quedemos en continuarlo más adelante en nuestra relación, cuando ya nos conozcamos mucho mejor y ustedes hayan condescendido a perdonarme ciertas tonterías.

Hay dos clases de palabras que me alegran sobre otras: aquellas que entran en el vocablo cotidiano por medio de la literatura y aquellas que entran por medio de la cultura popular. (Siempre y cuando sean estas ingeniosas.)

En inglés existen muchas palabras acuñadas por escritores y que ahora son corrientes. Mi favorita: chortle, encendida en la mente singular de Lewis Carroll y puesta en función en el poema Jabberwocky dentro de Through the Looking-Glass, and What Alice Found There. Chortle es una construcción de las palabras ya existentes chuckle y snort (risa ahogada y resoplido), de modo que podemos imaginar que chortle es eso que ocurre cuando las mujeres entradas en carnes salen de misa y cuchichean las unas a las otras y explotan a intervalos por las pícaras confidencias oídas. Este solo poema ofrece al inglés tres nuevas palabras.

Shakespeare, por supuesto, fue el gran artífice de nuevas palabras para el inglés. Jugando con las palabras ya a mano, ordenándolas y apareándolas, y creando otras por completo nuevas, aportó más de 1.700 términos al léxico, algunos de los cuales han incluso goteado sobre español.

No obstante, el español es menos entusiasta de generalizar los buenos términos acuñados por los autores. Tal vez por eso que hablábamos cuando nos ocupaba el término bizarro; tal vez porque los señores del español no quieren hacer creer al que escribe que puede hacer lo que se le venga en gana con el lenguaje, que puede reconstruirlo y recrearlo y utilizarlo para mejor comunicar. Lo que está claro es que hay menos palabras en el diccionario español provenientes de la literatura que en otros diccionarios. Las pocas que hay suelen referenciar el texto para representar una cualidad genérica de él: quijotesco, donjuán, celestina, lazarillo, etc. Pero si el español no suele admitir nuevas palabras de la literatura es porque el hispanohablante tampoco suele adoptarlas en el uso cotidiano. El cancerbero tendrá sus garras firmemente clavadas sobre la lengua oficial pero ni siquiera la lengua vulgar admite penetración de la literatura. Me pregunto qué diferenciará al lector en español y a otros, al lector en inglés, a saber, de manera que la invención léxica en la literatura en español no llegue a desarrollarse y extenderse y convertirse en parte del habla común. Es más fácil para el hispanohablante admitir cotidianamente términos de otras lenguas que aceptar un nuevo invento propio de la lengua española.

En fin, para muestra, un botón. Hace unos días me hablaban respecto de alguno de estos últimos escándalos fotográficos que sufren las estrellas que tienen la mala pata de ser vistas siempre semidesnudas en playas europeas. Mencionaban la palabra paparazzi y yo, que andaba ya tramando este rejunte que nos ha ocupado al menos unos largos minutos, me desvié del tema central que, evidentemente, en absoluto me interesaba y comencé a reconstruir en mi cabeza el origen de esta palabra.

Claramente una importación intacta del italiano, hay que ver que incluso en su lengua original la historia del término paparazzi es bastante corta. El plural masculino regular en italiano acaba en i, mientras que el singular masculino regular acaba en o. De modo que paparazzi son varios paparazzo. Paparazzo era el apellido del fotógrafo que en La dolce vita trabajaba con Marcello Rubini (el personaje de Mastroiani) y que en una parte del filme toma fotografías no bienvenidas de un miembro de la familia real. Lo más interesante es que incluso el apellido Paparazzo, que luego nos llega pluralizado ya por el italiano y que se origina en un film, podría provenir antes de la literatura. Entre diversas anécdotas del origen, existe una contada por el guionista de Fellini en La dolce vita, Ennio Flaiano. Aparentemente, él y Fellini andaban buscando el nombre apropiado que diera vida al personaje y en el libro de narrativa de viaje que Fellini leía entonces, By the Ionian Sea: Notes of a Ramble in Southern Italy de George Gissing, Paparazzo era el apellido del respetable propietario de un hotel calabrés. Sobre esto Flaiano escribe algo muy bello en su libro La solitudine del sátiro: “[E]ncontramos un nombre prestigioso: ‘Paparazzo’. El fotógrafo se llamará Paparazzo. No sabrá nunca que lleva el nombre respetable de un hotelero calabrés, del cual Gessing habla con agradecimiento y admiración. Pero los nombres tienen su propio destino”.

¡Y qué destino! Sea cual fuera el origen primigenio, este término, paparazzi, usado invariablemente en plural fuera del italiano, estará siempre ligado a su propio destino funesto, pues fue a partir de la trágica muerte de la princesa Diana en 1997 que este se expandió por el mundo como un fuego silvestre, significando las vidas pesarosas de los ricos y famosos que ocupan siempre nuestros cuchicheos y nuestro sueños.

París, diciembre de 2014

(Originalmente publicado en Buendiario)

Fuentes consultadas:

Bonomi, Francesco. Vocabolario Etimologico della Lingua Italiana. 16 dic. 2014. http://www.etimo.it/

Collins English Dictionary – Complete & Unabridged 10th Edition. HarperCollins Publishers. 16 dic. 2014. http://dictionary.reference.com/browse/testimony

Diccionario de la lengua española (DRAE). Real Academia Española. 16 dic. 2014. http://www.rae.es/

Dictionary.com Unabridged. Random House, Inc. 16 dic. 2014. http://dictionary.reference.com/

Flaiano, Ennio. La solitudine del sátiro. Milano: Adelphi, 1996, p. 244.

Indo-European Lexicon. Linguistics Research Center, The University of Textas at Austin. 16 dic. 2014. http://www.utexas.edu/cola/centers/lrc/ielex/PokornyMaster-X.html

Le Trésor de la langue française informatisé (TLFi). Analyse et Traitement Informatique de la Langue Française, Institut de Linguistique Française. 16 dic. 2014. http://atilf.atilf.fr/

Mapa de diccionarios. Instituto de Investigación Rafael Lapesa de la Real Academia Española (2013). 16 dic. 2014. http://web.frl.es/ntllet

Michel, Jean-Baptiste, Yuan Kui Shen, Aviva Presser Aiden, Adrian Veres, Matthew K. Gray, William Brockman, The Google Books Team, Joseph P. Pickett, Dale Hoiberg, Dan Clancy, Peter Norvig, Jon Orwant, Steven Pinker, Martin A. Nowak, and Erez Lieberman Aiden. Quantitative Analysis of Culture Using Millions of Digitized Books. Science (Published online ahead of print: 12/16/2010)

Nuevo diccionario histórico de la lengua española (NDHE). Instituto de Investigación Rafael Lapesa de la Real Academia Española (2013—). 16 dic. 2014. http://web.frl.es/DH

Olivetti, Enrico. Dizionario latino. 16 dic. 2014. http://www.dizionario-latino.com/

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